Hace no mucho, hablando con mis alumnos de la universidad, les hice la pregunta ¿quién quiere ser feliz? Gracias a Dios, todos levantaron la mano.

Entonces añadí “¿qué es la felicidad?”. Unos contestaron “estar a gusto con uno mismo”, otros dijeron “depende de cada persona”, otros “cumplir tus metas”… Así que viendo que no había unanimidad volví a preguntarles: “¿qué es, entonces, lo contrario a la felicidad?”. Ahí ya sí que empezaron a decir todo lo que uno puede imaginarse, desde estar triste, a ser pobre, pasando por la amargura o incluso la avaricia. Y solo hay una conclusión, común diría, a toda persona.

Lo contrario de la felicidad es la soledad.

Y no me refiero a tener momentos de soledad, esos que anhelamos a veces profundamente para poder acabar un libro, descansar, o simplemente mirar al infinito.

Me refiero al hecho de sentirse solo de verdad. Creer que no tienes a nadie al lado que te entienda, a quien le importes, que te escuche, que te apoye.

Porque la felicidad, y esto sí es objetivo, consiste en amar y ser amado. No en una relación de pareja (solo), si no en reconocer que en este mundo hay personas a quienes les importas, y personas que te importan de verdad.

El ser humano es un ser social, cuántas veces lo hemos oído, y desde el principio de los tiempos, se organiza en comunidades.

Últimamente está de moda el individualismo “yo todo lo puedo, y lo puedo solo”. Y está bien ser independiente, pero nunca podremos hacer al hombre y a la mujer individualistas, porque en nuestro ser más íntimo está la realidad de que estamos hechos para compartir nuestra vida con otras personas.

Nacemos dentro del seno de un grupo (la familia), aprendemos matemáticas y lengua en grupo (el colegio), nos divertimos y pasamos tiempo en grupo (los amigos), la mayoría nos ganamos la vida en grupo (el trabajo), incluso en el metro viajamos en grupo. Los grandes síes de nuestra vida, las mayores decisiones, son sellados después ante un grupo de personas.

Sí, es políticamente incorrecto hoy en día, pero NECESITAMOS al “otro”. Es más fácil levantarse cuando es otro el que tira de tu mano. Los problemas nos parecen más pequeños cuando los compartimos. Hablar de una situación ante otra persona, solo el hecho de hablarlo, nos ayuda a tomar perspectiva y si el otro te ofrece un punto de vista diferente, mejor. Necesitamos a los demás. Y no pasa nada. No eres más vulnerable por necesitar a alguien. Ser vulnerable te hace persona.

Pero nos lo hemos aprendido bien: “yo puedo”, “yo sé”, “los trapos sucios se lavan en casa”…

Y claro que puedes, pero como decía un gran hombre de este tiempo “solo y entre barrancos, embarrancado te ves”. Si quieres llegar rápido, ve solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado.

Que ¿por qué es importante el grupo?